Primera
aportación a la historia de El Correo del Pueblo
Manuel
Bordons y José Luis Ordóñez
3
de enero de 2007
El
Correo del Pueblo, periódico en tamaño folio,
con ocho o doce páginas (excepto los siete últimos
números de 14 y algún otro de cuatro) y varios
miles de ejemplares por número, fue editado clandestinamente
por el PTE entre abril de 1975 y marzo de 1977. Presentó
una periodicidad de tres o cuatro números al mes y se
publicaron 84 números (más un número extraordinario
editado en Cataluña). Se imprimió con varios métodos,
pasando desde el sistema de impresión con multicopista,
basado en el cliché o “master” de plástico
perforado, que no lograba alcanzar una gran calidad, al sistema
de impresión litográfica tipo offset basado en
la plancha de metal que permitía una buena calidad tanto
en textos como en ilustraciones. En la edición de Madrid
el offset empezó a utilizarse a partir el número
60, correspondiente al 2 de octubre de 1976. El uso de un sistema
u otro, de unas máquinas u otras, dependía de
las posibilidades de los “aparatos de propaganda"
existentes en cada momento. No se puede olvidar la presión
que la policía política ejercía sobre este
tipo de instalaciones, junto a las dificultades de proveerse
de papel y tinta de forma regular, además de atender
las inevitables averías en las máquinas.
Una
vez maquetado el periódico a tres columnas, se imprimían
o fotografiaban los originales para generar los clichés
electrónicos de plástico de las multicopistas
y los fotolitos de offset. Estos elementos, que permitían
efectuar la misma edición en todos los lugares, eran
distribuidos a las imprentas clandestinas, conocidas habitualmente
como “aparatos de propaganda”, de ámbito
estatal, nacional, regional y local, que con máquinas
offset, multicopistas, o simplemente “vietnamitas”
(muy semejantes a los bastidores utilizados en serigrafía),
imprimían, encuadernaban o grapaban los ejemplares en
la cantidad que permitían sus capacidades, tratando de
atender la demanda existente en cada lugar.
La
publicación clandestina de un periódico exige
una compleja organización rodeada de fuertes medidas
de seguridad. Necesita una redacción, un equipo de maquetación,
máquinas para la impresión y máquinas para
la perforación electrónica de los clichés
de multicopista o para el tratamiento fotoquímico de
las planchas de offset. Necesita “imprentas” clandestinas
camufladas en casas o locales comerciales, adecuadamente dotadas
e insonorizadas para trabajar a cualquier hora del día
o de la noche y mover gran cantidad de papel sin llamar la atención.
Necesita, además, redes de suministro de materiales,
redes de distribución de los periódicos, redes
de recogida del dinero producto de la venta, etc. Por tanto,
la publicación regular de El Correo del Pueblo necesitó
una compleja estructura clandestina permanentemente sometida
a la amenaza de ser descubierta: por los propios seguimientos
que la policía efectuaba a las personas identificadas
como integrantes del PTE, por meras sospechas, o por algún
chivatazo procedente del vecindario o de las empresas suministradoras
del papel, tinta y demás elementos de consumo diario.
La
“caída” de alguna persona o instalación
provocaba el corte inmediato de vínculos con las otras
personas o instalaciones tratando de evitar la pérdida
de más efectivos humanos o materiales. A su vez, “caer
en manos de la policía” implicaba fuertes interrogatorios,
acompañados de torturas, o como mínimo de palizas.
La policía intentaba con la presión de la tortura
localizar más personas del equipo además de desbaratar
el “aparato de propaganda”, o al menos alguna instalación
más. Las “caídas” conducían
a la cárcel y al consiguiente juicio en el Tribunal de
Orden Público con acusación de propaganda ilegal,
asociación ilícita e incluso terrorismo. Las sentencias
imponían condenas de varios años de cárcel.
La
redacción, maquetación, fotografías de
los originales, obtención de los clichés electrónicos
y planchas de offset y su distribución a los Comités
Nacionales y Regionales corría a cargo de organizaciones
dependientes del Comité Central (el “aparato de
propaganda del Comité Central”), aunque a veces,
Comités Nacionales y Regionales se encargaban también
de la obtención de los clichés electrónicos
y de las planchas de offset si contaban con medios para ello.
La impresión en papel, la encuadernación y la
distribución del periódico ya terminado, correspondía
a organizaciones dependientes de los Comités Nacionales,
Regionales y en algunos casos Locales (el "aparato de propaganda
del Comité Nacional, Regional o Local”. La distribución,
una de las fases más problemáticas, suponía
el establecimiento de numerosas citas. Los periódicos
se entregaban a algún miembro del Comité Nacional,
Regional o Local (según de quien dependiese el “aparato”
que los había impreso), o a un "distribuidor”,
para que éstos, a su vez, lo entregasen a algún
miembro de cada uno de los comités y de las células
de su organización. Aparte de lo engorroso de coordinar
y asegurar tan gran número de citas en las condiciones
que exigían las medidas de seguridad, era uno de los
momentos potencialmente más peligrosos, pues ofrecían
a la policía, que aunque era muy bruta no era tonta,
la oportunidad de seguir hacia arriba la red y desarticular
el “aparato”. Por eso, era muy importante mantener
en compartimentos estancos cada una de las piezas del aparato
y aislar unos aparatos respecto a otros. En la venta participaban
todos los militantes y simpatizantes y era una de sus “tareas”
habituales. El Correo del Pueblo como lo había sido Mundo
Obrero Rojo hasta abril de 1975, era un instrumento de propaganda
fundamental y un elemento de prestigio entre “las masas”
(y de preocupación entre la policía y los políticos
de la dictadura), pues en cierta medida, su existencia y aparición
regular era un indicador de la importancia y consolidación
adquirida por la estructura organizativa del PTE.
Los
textos publicados eran artículos programáticos,
análisis de la coyuntura política, declaraciones
y llamamientos realizados por el Comité Central, el Comité
Ejecutivo del Comité Central, el Buró Político
del Comité Central, o alguno de sus máximos dirigentes,
que firmaban con seudónimo, como Ramón Lobato
(Eladio García Castro) o Joaquín Badía
(Manuel Gracia Luño). A finales de 1976 comenzó
a publicarse su verdadero nombre. Jerónimo Lorente, el
cartero, fue una de las primeras personas en aparecer en aquellas
páginas con su propia imagen y nombre. Otros textos eran
artículos de dirigentes de Comités Nacionales
y Regionales o de sectores (el campo, la universidad, la mujer,
etc.) tratando sobre sus respectivos ámbitos de acción.
Todo lo dicho se completaba con artículos de la redacción
y de corresponsales locales sobre la actualidad política
estatal e internacional, crónicas de luchas, movilizaciones,
huelgas, etc.
La
parte gráfica era cuidada de forma especial. Aunque existían
dificultades para obtener fotografías de actualidad y
de calidad informativa, que los medios técnicos permitieran
reproducir sin perjudicar la nitidez, los obstáculos
se suplían incorporando imágenes de grabados o
dibujos clásicos además de utilizar ilustraciones
de factura propia.
En
este momento, estimamos necesario aprovechar la ocasión
para expresar el reconocimiento debido a todas las personas
que renunciando a su vida personal, a la acción en los
movimientos sociales, en las fábricas, universidades,
barrios, etc, tuvieron que realizar una “tarea”
secreta en condiciones duras y peligrosas, con una gran disciplina
y exigentes medidas de seguridad, ocultándosela a sus
propios "camaradas", y siendo por ello consideradas
a veces como traidoras a “la causa”.
Este
artículo abre una serie de textos que deseamos publicar
sobre El Correo del Pueblo. Si puedes aportar datos, valoraciones
u opiniones sobre dicho periódico te lo agradeceremos.
Escribe a info@pte-jgre.com, o en el foro “Historia y
Documentos del PTE y de la JGRE” presente en este mismo
sitio de internet. Estas contribuciones ayudarán a conocer
la historia de El Correo del Pueblo y las historias de las personas
que lo hacían posible.